Hace poco me contaron un cuento que ha sido atribuido a diversas culturas y que ahora tiene tanto sentido. Trata de un maestro (budista, turco o chino dependiendo de quien cuente la historia) que recorre el mundo junto a su discípulo, hasta que un día —a falta de refugio— acuden a una casa humilde para solicitar comida y abrigo. A pesar de contar con poco, los dueños de casa los reciben con los brazos abiertos y, además de buscarles un lugar donde dormir, los invitan a compartir la cena. Durante la comida el maestro les pregunta de qué viven:
—Tenemos una vaca —les responde el anfitrión—. Ella nos da leche y nosotros la convertimos en quesos y otros productos, que luego canjeamos en la aldea por lo que necesitamos para vivir.
El maestro guardó silencio y les anunció que partirían muy temprano, por lo que les agradecía la hospitalidad de antemano, ya que no alcanzarían a despedirse al día siguiente.
Al despuntar el alba, antes de emprender camino, el maestro le ordena a su alumno que empuje a la vaca por un barranco. El alumno horrorizado —y cuestionándose todos sus principios— decide hacerle caso y se deshace del animal.
De repente la historia se pone buena. ¿Qué clase de agradecimiento es ese? En fin… vuelven al monasterio, pasan muchos años, el alumno termina su formación y decide volver al lugar del crimen: haber despojado de su sustento a esa familia humilde sigue siendo la única lección a la que nunca le encontró sentido. Sin embargo, al llegar a la casa se da cuenta que se parece muy poco a la de sus recuerdos. En lugar de la pobre morada, ahora había una hermosa vivienda. Apesadumbrado y pensando que la familia tuvo que vender su tierra para subsistir, toca la puerta para averiguar más sobre el paradero de sus antiguos dueños. Quienes acuden a la puerta son los mismos anfitriones del pasado, muy felices de verlo. Le cuentan el mismo día que ellos se fueron su vaca había desaparecido. Por la necesidad de buscar otra manera de sobrevivir se vieron obligados a desarrollar nuevas habilidades y herramientas. Trabajaron los campos e incluso lograron establecer relaciones de comercio que los ayudaron a prosperar y mejorar sus condiciones de vida.
El alumno, luego de muchos años de cuestionamiento, comprendió la lección de su maestro: muchas veces lo que parece ser nuestro sustento es, mas bien, un impedimento que no nos permite avanzar.
Fin.
Lo interesante de la historia es pensarla en momentos en que nuestra vida, tal como la veníamos viviendo, ha quedado en suspenso y se nos ha obligado a reinventarnos y descubrir nuestras propias vacas, esas cosas que nos proporcionan cierto beneficio, pero que, a la larga, nos hacen caer en la comodidad y convertirnos en dependientes de ellas. Quizás llegó el momento de deshacernos de nuestras vacas y buscar aquello que nos hace plenos. Quizás tenemos al frente la gran oportunidad de perder la comodidad y forzarnos a desarrollar nuevas habilidades.
PD: Me gustaría que el cuento no fuera con una vaca (por razones obvias), pero quise ser fidedigno con la historia.
“No podemos convertirnos en lo que queremos ser, permaneciendo en lo que somos en la actualidad”. -Max De Pree-
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